martes, 23 de julio de 2013

Chile enfrenta el tabú de la depresión

La depresión puede ser una enfermedad invalidante, incluso para un político profesional como el ahora excandidato presidencial de la derecha, Pablo Longueira, a quienes muchos en la política chilena describían como "un duro".



Un hombre de personalidad fuerte y opiniones severas, y un hábil negociador político que abandonó inesperadamente la carrera presidencial en la que enfrentaría a Michelle Bachelet, ante una depresión médicamente diagnosticada.


"Nuestro padre se encuentra enfermo", declararon los hijos del excandidato al anunciar la renuncia en una misiva que sorprendió a todo el espectro político.
La noticia sorprendió pese a que una de cada tres personas en Chile enfrentará un problema de salud mental en su vida y el 9% de la población sufrirá de un trastorno depresivo mayor, según el estudio chileno de patologías siquiátricas en adultos que publicó en 2002 el siquiatra chileno doctorado en la Universidad de Sheffield, Benjamín Vicente, y que todavía entrega los datos más significativos en un área donde no existe toda la información adecuada.
"Este es un punto de quiebre", asegura, por su parte, el sociólogo chileno Eugenio Tironi, uno de los directores de la campaña televisiva del No a Pinochet y actual empresario y consultor en comunicaciones.
"Aquí se ha roto un tabú, porque la depresión es un tema tabú en la política chilena, es el tabú de las enfermedades mentales, que se asocian a la locura, y que es todavía más agudo en el marco de una cultura católica conservadora, que tiene una profunda desconfianza en la psicología y el psicoanálisis, y que cree que estos problemas se resuelven con la fe y la fuerza de la voluntad".
"De ahí proviene la figura del sacerdote como guía espiritual, como un sucedáneo para enfrentar estas situaciones".

El auge de los antidepresivos

En Chile, los problemas de salud mental inciden hasta en un 30% en los años perdidos por enfermedad medidos según el indicador AVISA, formulado por el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud, y el consumo de antidepresivos aumentó en un 400% entre los años 1990 y 2002, precisa el psicólogo Álvaro Jiménez, fundador de la iniciativa ciudadana "Salud Mental para Todos" y estudiante de doctorado en la Universidad de París.
Esa última cifra podría explicarse por una mayor capacidad de diagnóstico, pero en términos comparativos con el resto de América Latina, es un hecho que los trastornos ansiosos en Chile duplican la prevalencia en el resto de la región, dice Jiménez.
En Chile, la depresión entre mayores de 15 años fue incluida en el 2005 en el Plan de Acceso Universal de Garantías Explícitas AUGE, o una cobertura mínima de salud que vuelve obligatorio su tratamiento gratuito para los afiliados al sistema público y con un copago para los asociados a las aseguradoras de salud privadas, las Isapres.
La garantía permitió que muchos accedieran por primera vez a psicoterapia o medicamentos. En materia de recursos sin embargo, la salud mental se lleva sólo un 3% del total del gasto en salud, que suma un 8% del PIB, el más bajo entre los países de la OCDE.

"Hay que echarle para adelante"

La oferta de salud mental enfrenta además otros desafíos, como las consecuencias de un proceso de modernización acelerado que impulsó una "transición epidemiológica": las enfermedades infecciosas cedieron ante las enfermedades crónicas, degenerativas y de salud mental.
Aunque el término depresión se usa a diario para describir situaciones de tristeza o angustia, una depresión severa es definida por características específicas y concentradas en el tiempo, como tristeza, irritabilidad, pérdida de interés, pensamiento ineficiente, autocrítica y trastornos del sueño.
El riesgo del uso común del término, explica el psicólogo Alvaro Jiménez, es su banalización y que las personas nieguen que están viviendo períodos de mucha tristeza y ansiedad diciendo "hay gente que lo está pasando peor" o "hay que echarle para adelante".
La depresión severa requiere tratamiento y terapia y tiene cura, a diferencia de otras patologías mentales, dice Jiménez. "Otros tipos de depresión serán crónicas y te van a seguir acompañando toda la vida, pero con cierto tratamiento se puede hacer una vida llevadera".

La depresión es desigual

El psicoanalista Esteban Radiszcz, Investigador del Laboratorio Transdisciplinar en Prácticas Sociales y Subjetividad de la Universidad de Chile, plantea que lo ocurrido con el político chileno
"Muestra una realidad que existe hace mucho, pero que se hace patente porque afecta a un notable. Lo que aparece es una realidad social. La depresión de Longueira y de otros chilenos no es sólo un evento biológico, no es sólo un problema a nivel de neurotransmisores; es un evento que se relaciona con la historia individual y social de las personas".
Radisczc, que estudia los problemas de salud mental y el malestar subjetivo en el neoliberalismo chileno, plantea que no se puede pensar en el problema del sufrimiento síquico actual fuera de su contexto.
"No se puede dejar de pensar en el efecto de la aplicación del modelo neoliberal en Chile, que no es sólo económico, también es social y que recién se cuestiona.
El neoliberalismo, dicho muy simplemente, supone que las personas tienen éxito en la vida por motivos puramente individuales, y no por contingencias. Cada persona está aislada y en competencia".

A menor ingreso más depresión


"No es sólo un problema de clases populares, es también de clases medias donde existe el mito de la generación sacrificada, que trabaja jornadas larguísimas y que busca el éxito con la esperanza de que sus hijos no van a tener que trabajar tanto, aunque eso nunca se cumpla".
Aunque el testimonio de la familia de Longueira ha dado visibilidad al problema de la depresión en Chile, Jiménez explica que el caso resulta paradójico, pues se trata de un hombre exitoso y de altos ingresos, mientras los más vulnerables a la depresión son las mujeres y los sectores de menores ingresos.
A partir de datos del Informe para el Desarrollo del PNUD, Jiménez plantea que la depresión en Chile se asocia también a variables sociológicas.
"Quienes se sienten más vulnerables en relación a la vejez, la enfermedad o el desempleo, presentan más depresión".
"También inciden la falta de seguridad en la posición social, el miedo a caer en la pobreza, la discriminación, el maltrato o la sensación de abuso, o la falta de un proyecto de vida".
"Los trastornos mentales y particularmente la depresión se distribuyen desigualmente en la población: a menor ingreso, mayor prevalencia de depresión y síntomas depresivos", agrega el psicólogo, que concluye citando al epidemiólogo británico Richard Wilkinson, quien plantea la desigualdad como el origen de las cifras de depresión, entre otras enfermedades.
"Los países con mayor desigualdad tienen mayor prevalencia de trastornos mentales y por lo tanto, es posible decir que una medida preventiva por excelencia sería una mejor distribución del ingreso".
Pese a sus avances en reducción de la pobreza y su acelerado proceso de modernización, Chile es, de acuerdo al último estudio de la Cepal, uno de los 7 países latinoamericanos de mayor desigualdad en la distribución del ingreso, junto a Brasil, Colombia, Guatemala, Honduras, Paraguay y República Dominicana.
Las demandas por mayor igualdad han alimentado las movilizaciones estudiantiles de los últimos años y podrían expresarse también en futuras exigencias por un mejor acceso a la salud, incluyendo problemas de salud tan dolorosos o invalidantes como la depresión, que forzó la salida de Pablo Longueira de la carrera presidencial.

NOTA

No concuerdo con que los ingresos sean la fuente de la felicidad, aunque si con el diagnostico de que este sistema se ha encargado de enfermar a las personas. La única solución para esto es Cristo, es llevar su carácter y seremos felices.

Vean como el modelo babilonico produce depresión.

LA VERDADERA SOLUCIÓN
"Cristo debe ser mezclado con todos nuestros pensamientos, sentimientos y afectos. Debe manifestarse en los menores detalles de nuestro servicio diario, en la obra que él nos ha dado para hacer. Cuando, en lugar de confiar en la comprensión humana, o conformarnos a las máximas del mundo, nos sentemos a los pies de Jesús, bebiendo ansiosamente sus palabras, aprendiendo de él, y diciendo “Señor, ¿qué quieres que haga?”, nuestra independencia natural, nuestra confianza propia, nuestra obcecada fuerza de voluntad, serán cambiadas por un espíritu infantil, sumiso y educable [...]. Reconoceremos la autoridad que Cristo tiene para dirigirnos, y su derecho a nuestra obediencia sin reparos”.—Nuestra Elavada Vocacion, 101 (1902).

1 comentarios :

Anónimo

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